Mis bullas son la mesa grande de mis ratos
libo la soledad sin irónicos rezos
irreverentes como los carnavales de verano
bailo cada cielo mío
arrullando todos los anhelos
son ecos entrañables de viejas voces
brujerías de la luna besando el mar
son fuegos ardiendo las pasiones
agitados rojos de mis rincones
vericuetos del horizonte revelando mi casa
acoderando fielmente en los puertos del mañana
irrigando afectuosamente los surcos del alma
eternidad paterna del refugio
mansedumbre del tiempo
pernoctando el reposo del silencio.
Se esconden en el pináculo de las montañas
miran de frente a los ojos de las rocas
aspiran toda esencia de la luz
son felices con la calidez de los arboles
desafían la santidad caliente de los desiertos
aman caminando cada grano de las arenas
se conmueven con el oasis de los colores
se enamoran de cada pétalo de las flores
se purifican con cada lagrima del sol.
Mis bullas tienen un nido sin horas
la juventud ingenua de los picaflores
los brincos atrevidos de las estrellas
la esquina cantando cada beso robado
las confesiones sagradas de las sombras
ofreciendo sus brazos al abandono
dulcificando las manos del adiós
atavían la ingenuidad de las creencias
aplauden la rebeldía de los sueños
son las melancolías del arcano
perfumando cada huerto del universo
penetran cada entraña del barro
esculpen la risueña esperanza
libres como las aves dignas de la lluvia
honrando el esfuerzo humano.
Hay en mis bullas la melodía del rocío
la sonrisa serena del albedrío
los lagartos ojos de los instantes
la piel errante de la lejanía
la paz de los girasoles asilando la brisa
los ocultos misterios de las nubes
los cantos luminosos de las noches
los labios curtidos de los suspiros
es un niño jubiloso silbando la vida.